lunes, 9 de diciembre de 2013

Cuando Luco cumplió treinta:

Donde se narran los acontecimientos que rodearon al cumpleaños de Luco.


Cuando Luco cumplió 30 (treinta) años, como es costumbre en Hobbiton, quizo festejar a lo grande su llegada a la adultez. “Habrá pasteles”, pensó, “pero mi fiesta debe ser especial. Tiene que ser algo que todos recuerden para siempre, y que se hable en las sobremesas de todo el pueblo.”
Mientras meditaba en este asunto y otros de menor y mayor importancia, Luco pasó a campo traviesa por un parque, jugueteando como si fuera un niño. Asesorado por su propia intuición, decidió cruzar 1 (una) arboleda muy frondosa detrás de la cual se veía lo que parecía ser ¡la cancha de fútbol más hermosa que ojos hobbit hubieran visto jamás!
Se acercó a investigar y descubrió que detrás de la cancha además había una parrilla. “Aquí podría dar la mejor fiesta de treinta: jugaríamos fútbol amateur y nos podríamos deleitar con una deliciosa carne-parrilla de res.”
Excitado, volvió corriendo a su madriguera y con pluma y papel, comenzó a escribir las invitaciones. Con que felicidad escribía, mientras su mente vagaba por las más deliciosas imágenes. Reír era como una caricia para sí mismo, sabiendo que todos sus amigos aprobarían el plan. Escribía con letra cursiva y un poco inclinada a la izquierda, mientras gozaba anticipando la fiesta.
De pronto, escuchó golpes en su puerta. “¡Ya voy!”, dijo. Luego se aprestó a bajar de su alto pupitre de escribir (fuera quien fuera el que llamaba a su puerta, era muy insistente) y el golpeteo solo cesó cuando Luco abrió el portón de hierro negro que separaba su madriguera del soleado camino del este.
Del otro lado, un hombre alto, con barba muy larga y ojos con relámpagos, lo saludo con una voz muy grave y oscura que lo asustó y lo hizo precipitarse hacia atrás y caer de espaldas de la forma que nos deja sin aire por unos segundos. “¡Luco! Tranquilo. No me conoces, pero yo sí. Conozco todo sobre tu persona, y también sé que hay algo muy importante que llevas contigo, aunque aún no lo sepas. No quiero que pienses que soy un acechador y aunque mis maneras en este momento parezcan un poco amenazantes, pronto verás que soy tu amigo. ¿Puedo pasar?”
Nuestro amigo se quedó mirando al hombre durante unos segundos y le ofreció, como buen hobbit, sentarse en la vereda sobre unas banquetas que él mismo había instalado. “Espero que sepa comprender, pero prefiero interactuar con extraños afuera, es decir, uno nunca sabe, ¿verdad?” El hombre asintió con una sonrisa y se sentó sobre la banqueta de madera. Luco trajo semillas de zapallo y luego de ofrecerle al extraño hombre, se sentó el mismo sobre la banqueta número 2 (dos).
Fue ahí cuando el hombre empezó a contar la historia que había venido a contar. Le explicó que venía de muy al norte, y que durante su viaje había descubierto cosas muy importantes. Le contó que hacía 25 años, había visto un partido de fútbol amateur en el que 1 (un) defensor destacaba, no por su manejo de la pelota, sino por su muy especial manera de robar el balón de los jugadores rivales. Desde hacía 25 años, estaba obsesionado buscando a ese jugador, pero había desaparecido de la faz de la tierra. Pero hacía poco, había pasado casualmente por una cancha, y fue entonces cuando encontró a Luco. Desde ese día, había visto todos los partidos en los que jugó y cada una de las veces, se convenció un poco más de que nuestro querido hobbit tenía el mismo don que aquel otro jugador.
Sorprendido, sin saber que decir, alzó sus hombros y le dijo al hombre: “Bien, supongo que le agradezco. Pero ¿para qué me buscó? No lo entiendo.”
“Luco, hay cosas que los hobbits no se enteran, pero que saben hasta las hojas de los árboles. La sombra del norte está creciendo, verdaderamente. La única posibilidad que tenemos de sobrevivir, es un partido de fútbol amateur, y nos falta un defensor. Ese defensor eres tú.”
Luco entrecerró sus ojos y le preguntó- “¿Cuándo?”
“El 22 (veintidós) de noviembre”- contestó el hombre.
“¡Pero es justo el día de mi fiesta de cumpleaños! ¡Habrá carne parrilla y balón-pié!”
“Lo sé”, dijo el hombre, “Podrás jugar, pero durante tu discurso en el banquete, deberás desaparecer de la vista de todos y venir conmigo, que te voy a estar esperando detrás de la arboleda en una carroza color plata”
El no tan intrépido hobbit se sentía mareado con tantas novedades, debería pensarlo. El hombre le dijo que lo esperaría detrás de la arboleda y que no había nada que pensar. Le deseó un buen partido y le obsequió un hermoso par de botines de cuero brilloso con dos relucientes campanitas ornamentales al final de los cordones. Luco se quedó boquiabierto mirando su nuevo regalo y solo cuando alzó la vista se dio cuenta de que el hombre ya no estaba ahí.
Extrañado,  prendió su pipa de pensar y se dijo a sí mismo que más tarde retomaría las invitaciones. Ahora debía resolver si iba a luchar contra las fuerzas del mal o no. Como siempre en estas situaciones, tomó un poco de arcilla y se puso a modelar una pequeña figura femenina con sus dedos, y como siempre que hacía eso, rápidamente apareció una respuesta en su mente. La respuesta era un NO rotundo. Luco quería jugar a la pelota, pero era solo un hobbit, y los hobbits no salvan al mundo.
Ahora que estaba más tranquilo, se sentó y terminó las invitaciones y luego salió a repartirlas a pie, como era costumbre el pequeño y tranquilo pueblito. Cuando terminó, volvió a casa y se durmió.
Al llegar el gran día, el cumpleañero se vistió con su indumentaria deportiva de fiesta (color dorado, como el sol) y se dirigió al complejo deportivo-gastronómico. Al poco tiempo, llegaron los invitados y comenzaron los partidos. Todo fue disfrute y algarabía. Luego la campanilla sonó y todos fueron a la gran mesa de banquete. En total, había unas 300 sillas y la larga parilla se extendía paralela a la mesa.
Todos comieron y bebieron hasta el hartazgo y cuando llegaron los pasteles, Luco no pudo aguantar más y, luego de pedir silencio, les contó a sus amigos lo que había sucedido. Les habló sobre el hombre de barba larga y su propuesta. Del fin del mundo y la posibilidad de evitarlo con el en la cancha.
Luego de la sorpresa inicial, algunas voces se alzaron animándolo a ir, otras asegurando la locura del hombre, y algunas voces no se alzaron (tal vez por la borrachera). El mediano se volvió a sentar y dijo: “La verdad que me jugaría un partido más”. Sopló las velitas, comió una porción de torta, se paró y desapareció tras la arboleda.



FIN

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