Donde se narran los acontecimientos que rodearon al cumpleaños de Luco.
Cuando Luco cumplió 30 (treinta) años, como es costumbre en
Hobbiton, quizo festejar a lo grande su llegada a la adultez. “Habrá pasteles”,
pensó, “pero mi fiesta debe ser especial. Tiene que ser algo que todos
recuerden para siempre, y que se hable en las sobremesas de todo el pueblo.”
Mientras meditaba en este asunto y otros de menor y mayor
importancia, Luco pasó a campo traviesa por un parque, jugueteando como si
fuera un niño. Asesorado por su propia intuición, decidió cruzar 1 (una)
arboleda muy frondosa detrás de la cual se veía lo que parecía ser ¡la cancha
de fútbol más hermosa que ojos hobbit hubieran visto jamás!
Se acercó a investigar y descubrió que detrás de la cancha
además había una parrilla. “Aquí podría dar la mejor fiesta de treinta:
jugaríamos fútbol amateur y nos podríamos deleitar con una deliciosa
carne-parrilla de res.”
Excitado, volvió corriendo a su madriguera y con pluma y
papel, comenzó a escribir las invitaciones. Con que felicidad escribía,
mientras su mente vagaba por las más deliciosas imágenes. Reír era como una
caricia para sí mismo, sabiendo que todos sus amigos aprobarían el plan.
Escribía con letra cursiva y un poco inclinada a la izquierda, mientras gozaba anticipando
la fiesta.
De pronto, escuchó golpes en su puerta. “¡Ya voy!”, dijo. Luego
se aprestó a bajar de su alto pupitre de escribir (fuera quien fuera el que
llamaba a su puerta, era muy insistente) y el golpeteo solo cesó cuando Luco
abrió el portón de hierro negro que separaba su madriguera del soleado camino
del este.
Del otro lado, un hombre alto, con barba muy larga y ojos
con relámpagos, lo saludo con una voz muy grave y oscura que lo asustó y lo
hizo precipitarse hacia atrás y caer de espaldas de la forma que nos deja sin
aire por unos segundos. “¡Luco! Tranquilo. No me conoces, pero yo sí. Conozco
todo sobre tu persona, y también sé que hay algo muy importante que llevas
contigo, aunque aún no lo sepas. No quiero que pienses que soy un acechador y
aunque mis maneras en este momento parezcan un poco amenazantes, pronto verás
que soy tu amigo. ¿Puedo pasar?”
Nuestro amigo se quedó mirando al hombre durante unos
segundos y le ofreció, como buen hobbit, sentarse en la vereda sobre unas
banquetas que él mismo había instalado. “Espero que sepa comprender, pero
prefiero interactuar con extraños afuera, es decir, uno nunca sabe, ¿verdad?”
El hombre asintió con una sonrisa y se sentó sobre la banqueta de madera. Luco
trajo semillas de zapallo y luego de ofrecerle al extraño hombre, se sentó el
mismo sobre la banqueta número 2 (dos).
Fue ahí cuando el hombre empezó a contar la historia que
había venido a contar. Le explicó que venía de muy al norte, y que durante su
viaje había descubierto cosas muy importantes. Le contó que hacía 25 años, había
visto un partido de fútbol amateur en el que 1 (un) defensor destacaba, no por
su manejo de la pelota, sino por su muy especial manera de robar el balón de
los jugadores rivales. Desde hacía 25 años, estaba obsesionado buscando a ese
jugador, pero había desaparecido de la faz de la tierra. Pero hacía poco, había
pasado casualmente por una cancha, y fue entonces cuando encontró a Luco. Desde
ese día, había visto todos los partidos en los que jugó y cada una de las veces,
se convenció un poco más de que nuestro querido hobbit tenía el mismo don que
aquel otro jugador.
Sorprendido, sin saber que decir, alzó sus hombros y le dijo
al hombre: “Bien, supongo que le agradezco. Pero ¿para qué me buscó? No lo
entiendo.”
“Luco, hay cosas que los hobbits no se enteran, pero que
saben hasta las hojas de los árboles. La sombra del norte está creciendo,
verdaderamente. La única posibilidad que tenemos de sobrevivir, es un partido
de fútbol amateur, y nos falta un defensor. Ese defensor eres tú.”
Luco entrecerró sus ojos y le preguntó- “¿Cuándo?”
“El 22 (veintidós) de noviembre”- contestó el hombre.
“¡Pero es justo el día de mi fiesta de cumpleaños! ¡Habrá
carne parrilla y balón-pié!”
“Lo sé”, dijo el hombre, “Podrás jugar, pero durante tu
discurso en el banquete, deberás desaparecer de la vista de todos y venir
conmigo, que te voy a estar esperando detrás de la arboleda en una carroza
color plata”
El no tan intrépido hobbit se sentía mareado con tantas
novedades, debería pensarlo. El hombre le dijo que lo esperaría detrás de la
arboleda y que no había nada que pensar. Le deseó un buen partido y le obsequió
un hermoso par de botines de cuero brilloso con dos relucientes campanitas
ornamentales al final de los cordones. Luco se quedó boquiabierto mirando su
nuevo regalo y solo cuando alzó la vista se dio cuenta de que el hombre ya no
estaba ahí.
Extrañado, prendió su
pipa de pensar y se dijo a sí mismo que más tarde retomaría las invitaciones.
Ahora debía resolver si iba a luchar contra las fuerzas del mal o no. Como
siempre en estas situaciones, tomó un poco de arcilla y se puso a modelar una
pequeña figura femenina con sus dedos, y como siempre que hacía eso, rápidamente
apareció una respuesta en su mente. La respuesta era un NO rotundo. Luco quería
jugar a la pelota, pero era solo un hobbit, y los hobbits no salvan al mundo.
Ahora que estaba más tranquilo, se sentó y terminó las
invitaciones y luego salió a repartirlas a pie, como era costumbre el pequeño y
tranquilo pueblito. Cuando terminó, volvió a casa y se durmió.
Al llegar el gran día, el cumpleañero se vistió con su
indumentaria deportiva de fiesta (color dorado, como el sol) y se dirigió al
complejo deportivo-gastronómico. Al poco tiempo, llegaron los invitados y
comenzaron los partidos. Todo fue disfrute y algarabía. Luego la campanilla
sonó y todos fueron a la gran mesa de banquete. En total, había unas 300 sillas
y la larga parilla se extendía paralela a la mesa.
Todos comieron y bebieron hasta el hartazgo y cuando
llegaron los pasteles, Luco no pudo aguantar más y, luego de pedir silencio,
les contó a sus amigos lo que había sucedido. Les habló sobre el hombre de
barba larga y su propuesta. Del fin del mundo y la posibilidad de evitarlo con
el en la cancha.
Luego de la sorpresa inicial, algunas voces se alzaron
animándolo a ir, otras asegurando la locura del hombre, y algunas voces no se
alzaron (tal vez por la borrachera). El mediano se volvió a sentar y dijo: “La
verdad que me jugaría un partido más”. Sopló las velitas, comió una porción de
torta, se paró y desapareció tras la arboleda.
FIN
Maravilloso!
ResponderEliminarHistoria atrapante de principio a fin. Da para película
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