Comimos bien. Nos dirigimos a la cancha número 3 (tres), sin saber lo que nos esperaba. A veces, la realidad es mucho más terrible que la ficción, pero aún así, cada día nos levantamos de la cama con un optimismo que resulta tranquilizador. Uno simplemente piensa para sus adentros: "la vida es más o menos todos los días igual." Pero a veces no lo es.
Al principio de la noche, nos enteramos que uno de los Andrés(es), no venía porque es puto (en el sentido callejero y que nada tiene que ver con orientación sexual). Sin embargo, Marcos "de la estrella del norte" orientó toda su energía a nuestro fantástico combate deportivo y estuvo ahí para remendar lo que un tocayo mío destruyó con una actitud poco "fútbol cero". Al final, bajo la oscura luz nocturna, los equipos formaron así:
. Los Buenos: Alejandro Lumerman, Diego Lumerman (que estaba muy lindo), Marcos Cano, Lucas Tamagni y Rafa MacNamara.
. Los Malos: Iván, Fer Dagnino, Sebastiano Brunwald, Andrés Oswald y Andrés Ciruzzi.
Bajo la luz de la luna, oculta detrás de las nubes, pero que de todos modos ilumina, dándole un tono gris a todo el cielo, el partido comenzó de manera muy terrible. Trabado, ajeno a las capacidades humanas. No había goles hasta que de pronto los Buenos construyeron el primero casi desde el azar. Pero pronto vino el empate, y, al poco tiempo, su servidor, casi caminando hasta la mitad de la cancha, se acomoda y tras un "¡que no le pegue!" de Diego, le pegó. Y fue un golazo.
La pelota salió de su origen casi con un tembloroso placer, como si le hubieran dicho que era la pelota más linda del mundo y que no quería que ese momento terminara jamás. Sintió el placer de ser bien pateada y se dirigió, haciendo una sutil curva, hasta el ángulo derecho del arco de los Buenos. Y fue gol.
Después de eso, a pesar de quedar en un momento a dos goles de distancia y a favor, los Malos perdimos la compostura. Todos los demonios y seres de tiempos inmemoriales aparecieron desde lo profundo y nos aterrorizaron. Comenzamos a pelear entre nosotros y la tormenta que no terminaba de salir del cielo, surgió en nuestros corazones. Todos llorábamos, sabiendo que éramos corruptos (en un sentido espiritual) y perdíamos oportunidades caminando cuando hay que correr y corriendo desesperados cuando hay que caminar.
- Al rato, la diferencia era grotesca. Los demonios judíos reían con carcajadas inhumanas y generaban jugadas que no eran de este mundo. Nuestra moral caía a pedazos y nuestras rodillas sangraban. Al final, solo deseábamos morir, para que esto termine y finalmente, terminó. Perdimos como nunca antes e había perdido, y los Buenos ganaron como nunca se había ganado. Por suerte, al día siguiente, el mundo era de nuevo normal, y la vida era más o menos la misma para todos.
- Este puntito representa a la desazón de quien escribe.