¿Es condenable, mi señor, que un humilde escriba que debe su lealtad a su más alta santidad sienta dichoso su corazón en el bienamado juego, incluso a pesar de la ausencia de su querido rey? ¿Es acaso uno dueño de sus sentientos o solo un testigo de las ráfagas que lo dominan?
Esto es lo que yo sé:
En su ausencia el impoluto Mc Namara ha sabido llevar de forma más que correcta la conducción de la "liga amateur".
Descubrí también que en su grandeza adjudicó a Iván la propiedad de una remera que yo tomaba como trofeo de una carrera en la que una vez competí (por supuesto su palabra es ley, por lo que la remera ES de Iván).
Descubrí también que dos años fuera de las canchas permiten ver el paso del tiempo en los cuerpos de los valientes, más adultos que antes, aunque siempre jóvenes.
Hubo rostros con los que no etaba familiarizado y pido perdón si no recuerdo bien los nombres.
En el partido me sentí como corresponde a un entusiasta que hace 2 (dos) años que no juega con regularidad. Aún así, fui dueño del gol que abrió el partido y de 2 (dos) de cabeza, cortesía de los centros de Iván el valiente. En el equipo rival, un guerrero de cabellos largos fue quien se coronó como máximo goleador gracias a sus innumerable puntapiés de puntín ante los que su servidor, casi sin aire por la falta de ritmo, avisaba que no había que dejarlo patear con tanto espacio (porque ese tipo de jugador dfine pensando y el espacio da tiempo al pensador para elegir).
De lo sucedido son más los hechos que mis recuerdos, borrados por la emoción de volver a ser uno con el balonpié. Solo decirle, mi señor, que en la hora de Mc Namara, hay amor.
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